La pesadilla de la calle Aurelio

Publicado: 27/04/2025



@Ilustraciones IA por Adania Nilsen

Estaba sentada en la vereda de una calle precaria, empuñando una delgada varilla de árbol.
Allí, donde el corroído pavimento moría, comenzaba la tierra reseca, un mar de polvo que el viento alzaba para llevarse, a veces, mis esperanzas… y mis lágrimas.

Con la varilla dibujaba símbolos incomprensibles, ajenos a cualquier cosa que hubiera visto.
Yo era apenas una niña de cinco años, incapaz aún de leer, y, sin embargo, los signos surgían de mi mano una y otra vez, impulsados por una fuerza que no era enteramente mía.
Se repetían también en mi mente: pulsaban como ecos antiguos, como un rezo que nadie me había enseñado, pero que yo, de algún modo, conocía.

@Ilustraciones IA por Adania Nilsen

Cada tarde, el cielo estallaba en tonos anaranjados y profundos.
Y entonces, el tren atravesaba la ciudad como una criatura furiosa, levantando una polvareda ciega y desgarrando el suelo con su bramido.
Al principio temía su paso; pero con los años aprendí a soportarlo, igual que se aprende a convivir con un monstruo invisible.

Sin saber por qué, algunas noches me levantaba y salía de casa.
La calle desierta se extendía bajo un cielo de azul profundo, donde la luna llena brillaba como una herida abierta en la oscuridad.
Las casas dormitaban en silencio, cerradas a cualquier mal, mientras yo avanzaba con pasos pequeños y temblorosos, preguntándome qué fuerza me arrastraba hasta allí.

Fue entonces cuando lo vi.

Un hombre surgió a lo lejos, caminando como un titán maldito.
Su cabello blanco, largo y desordenado, flotaba alrededor de su rostro descompuesto por una furia inhumana.
Sus ojos, negros como el carbón consumido, brillaban con una ausencia de vida que helaba el alma.
Vestía una jardinera beige gastada, una polera de mangas cortas blanca y desteñida, y unos pesados botines militares.

Su quijada era enorme, brutalmente prominente, y parecía a punto de desencajarse bajo el ansia salvaje de morder.
Su aliento, entrecortado y jadeante, recordaba el resuello de un animal herido, pero todavía mortal.

Medía al menos dos metros y medio de altura.
Avanzaba rascando puertas, muros, la tierra misma con uñas ennegrecidas, como buscando algo más allá de la carne… como buscando un alma donde hundir sus garras.

@Ilustraciones IA por Adania Nilsen


Cada vez que su presencia invadía el pasaje, corría a refugiarme en el árbol más grande y frondoso.
Allí, entre las ramas, contenía el llanto y el temblor, mientras lo observaba —imposible de ignorar, imposible de enfrentar—.

Sabía que me buscaba.
Lo supe desde la primera noche.
Y también supe que no era normal que me escondiera siempre en el mismo árbol y, aun así, él no me encontrara.
Algo, algo más fuerte que el miedo, me protegía.

El paisaje entero parecía invertido, como un negativo fotográfico: las mismas casas, los mismos árboles, pero teñidos de un horror que no pertenecía a mi mundo.

Cada noche cerraba los ojos con fuerza, rogando despertar.
Cada noche el dolor, el miedo agudo que laceraba mi pequeño cuerpo, me decía que no era un sueño.

Era real.
Tan real como los símbolos que latían en mi mente.
Como la bestia que rondaba mis calles.

@Ilustraciones IA por Adania Nilsen

Durante años resistí su cacería infernal.
Atrapada en un bucle de pesadilla, sobreviví al infierno sin saber cómo.

Hasta que, sin entender por qué, un día me liberé.

A mis dieciocho años, escapé de aquel lugar maldito.
Hui como siempre lo soñaba, cada vez que escuchaba el rugido del tren en el horizonte:
Lejos, más allá del polvo, más allá de la bestia, hacia un lugar donde la tierra no me susurrara esos símbolos prohibidos.


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