Epifanía de la sombra divina

Publicado: 27/05/2025



@Ilustraciones generadas con IA por Adania Nilsen



Se acercaba lentamente a mi cama. Eran las 3:33 a. m.

La oscuridad, espesa como brea, presionaba mi cuerpo contra el colchón. Me encontraba sumergida en los delirios nocturnos, entre pesadillas y terrores que reptaban como larvas en mis pensamientos. El sudor me cubría como un sudario ardiente, como si las lenguas del infierno quisieran hacerme suya.

Entonces, lo percibí.

Una fuerza gravitacional comenzó a distorsionar el espacio; la habitación giraba en su propio eje sagrado. A través del ventanal, al costado izquierdo de mi lecho, se colaban rayos de un azul eléctrico. No había tormenta esa noche. En un pliegue de la cortina, el cielo se abría como una herida violeta: púrpura, inmóvil, profética.

Él se acercaba. Inevitable.

Su cuerpo era una revelación blasfema de belleza: negro, metálico, sublime. De su circunferencia brotaban tentáculos vivientes, elásticos, danzantes, que vibraban con una música muda. Su cabeza, afilada y diamantina, resplandecía más de lo que alguna estrella alimentada por la aniquilación de materia oscura podría igualar. Cada uno de sus movimientos tenía la solemnidad de un sacramento antiguo.

De pronto ya estaba junto a mí.

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Permanecí inmóvil, no por temor, sino por reverencia. Lo contemplé como a un dios primordial. Mi cuerpo se adelantó a mi voluntad: extendí mi mano izquierda y toqué uno de sus tentáculos.

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Estaba frío. Gelatinoso. Su piel parecía hecha de la noche misma, cubierta por una viscosidad espesa. Enredaderas de carne, como raíces del inframundo, recorrían su figura.

La curiosidad se convirtió en deseo. El deseo, en rito. Lo atraje hacia mí con una devoción que no comprendía.

El tiempo se detuvo.
El velo del cortinaje se mecía en un viento que no existía. Ninguna ley física explicaba su danza. Él me miraba directo a los ojos. Tal vez esperaba hallar miedo. Pero yo solo sentía amor. Amor oscuro. Amor sin forma.
Le invité a quedarse. Esbocé una sonrisa tenue, como quien ofrece una plegaria. Pero él, distante y eterno, respondió desplegando su cuerpo hasta tocar el techo. Al ver que mi alma no temblaba, comprendió que no era su tiempo de aterrar. Y se marchó.

—Oh, criatura sagrada y ancestral… tu belleza es incomprendida. Solo algunos vemos con los ojos del alma. Algunos comprendemos el poder de la sombra. No te alejes. Regresa…

Todo en la habitación se elevó. Giraba, giraba como un remolino de sueños rotos. Y luego… silencio. Los destellos cesaron. La sombra se disolvió.

Me dejaste un recuerdo que mi corazón negro atesora tanto como las tinieblas aman el terror que fractura sin cesar la existencia de los miserables hombres.

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