La vigilia de los quebrados
Publicado: 14/05/2025
Por Adania Nilsen
Desperté a las 3:30 a. m., con la energía brotando como una fuga burbujeante de oxígeno en un estanque oscuro y abandonado.
Recuerdo que, en algún rincón de las sagradas escrituras, se habla de los terrores de la noche.
Es en esa hora en que los miedos se siembran en el campo fértil de la mente, germinando con la luz del día hasta quebrar lo que queda de una maravillosa obra dormida.
Y, sin embargo, sentí paz en medio de esa larga noche.
Dejé que el agua de la regadera recorriera mi cuerpo.
Como si pudiera apagar con ella el ardor que me consumía.
El pensamiento regresaba, una y otra vez, a ese instante.
Fue breve, pero bastó para desgarrarme el pecho y arrastrar consigo la última ruina palpitante que aún se hacía llamar corazón.
De día, incluso al respirar, todavía duele.
A veces, por un acto de piedad —tal vez de mis ancestros, o de algo que me acompaña—, lo olvido.
Pero cualquier imagen podría reactivarlo.
Una madre y su hija abrazadas, un lazo brillante entre ambas, y mi mente emite la alarma:
—Es una amenaza.
Entonces algo me distrae.
Pero no para calmarme.
Si no para profundizar el dolor.
No es la única herida que cargo, lo sé.
Aun así, es de las que me disuelven.
Me transforman en lodo.
Y en ese lodo, algo estalla.
Mis órganos se proyectan hacia afuera, como en un sacrificio brutal.
Si alguien presenciara esa escena invisible, vomitaría sin remedio.
De ahí emerge una oscuridad densa, viscosa, que se adhiere a todo.
Ahoga. Obstruye. Permanece.
Es un dolor absoluto, casi divino.
Que te eleva hasta el firmamento
y te lanza, sin tregua, a las profundidades de mundos subterráneos.
Así tiembla mi cuerpo.
Sangra.
Muere lentamente.
Y espera, con una calma efímera, un final que no llega.
Pero lo que se ha roto no puede volver a unirse.
Solo recoges los fragmentos, los amarras al alma.
Y caminas fingiendo fuerza y gracia.
Creyendo que ser sobreviviente te hace especial.
Pero no es así.
Solo sigues moviéndote en el tablero de algo inmenso.
Incomprensible y cruel.
¿Queda la esperanza?
Tal vez la liberación.
Aunque no sé si eso sea posible.
Quizás estemos atados
—A la espiral de un juego enfermo.
Tejido por dioses que solo entienden de poder y vanidad.
@ Ilustración generada con IA por Adania Nilsen
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