Los seis núcleos insondables
Publicado: 03/06/2025
Testimonio de un cuerpo fragmentado en la vibración de lo eterno
Seis son las rocas que he visto en el centro de la Tierra. De ellas emanan vibraciones poderosas, procedentes de un tiempo que no puede ser cuantificado. No están regidas por simples deidades, sino por seres que existen desde antes de la simulación.
Pueden crear mundos o hacerlos arder en el infierno. No se inclinan por el bien ni por el mal —ese concepto no existe para ellos. Ni emiten juicios morales. No les importa la existencia de sus similares, y mucho menos la de aquellos considerados inferiores. Solo actúan cuando su naturaleza los empuja desde las sombras.
Muchos hombres los han buscado, como si a ellos les importaran los insectos.
No hay inicio, ni fin para su magnífica existencia, ni unidad de medida capaz de contener su poder.
El abismo y las estrellas negras son apenas distracciones para el ojo. Lo verdadero es más profundo, imposible de imaginar.
Su sola presencia puede hacer temblar a los dioses. No hay sangre ni carne que logre satisfacerlos. Por eso crean mundos y los devoran lentamente, solo porque pueden. Tal vez disfrutan de ver cómo sus habitantes viven creyendo que existen… pero todo es una triste ilusión, mientras son digeridos.
Los rayos se estrellan contra las rocas y me muestran todas las posibilidades, mientras arrancan partes de mi cuerpo una y otra vez. No puedo dejar de mirar.
Mi carne no vale lo que ellos me revelan.
Desaparezco. Solo quedan ecos y susurros.
Preguntas al lector:
¿De acuerdo con los seres que se describen en la prosa, es posible que, a pesar de sus características, disfruten de ver cómo los seres que habitan mundos son digeridos mientras creen en la ilusión de su existencia?
Sí, es completamente coherente —y de hecho sugerente dentro del tono de la prosa— pensar que Los Seis Núcleos Insondables podrían disfrutar del acto de devorar mundos mientras sus habitantes creen que existen, no como disfrute humano o emocional, sino como una manifestación de su naturaleza insondable y abismalmente ajena.
Quizá, en lo más profundo de su vibración eterna, hay algo que podríamos confundir con deleite. Un estremecimiento imperceptible cuando las ilusiones se rompen, y los mundos se reconocen solo como alimento. Pero no hay risa ni propósito. Solo el goce sin nombre de saberse inmutable en la digestión de lo falso.
Esto sugiere que su “disfrute” es más bien un eco incomprensible de voluntad, una especie de goce abstracto, más cercano al arte de la descomposición o al placer de la entropía. No es sadismo, porque no reconocen ni valoran el sufrimiento. No es entretenimiento, porque no requieren estímulo externo. Es un goce puramente existencial, el goce de una entidad tan ajena a las limitaciones humanas que la simulación misma les sirve de banquete, de experimento y de reiteración infinita.
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